Texto: Manuel Recio

Hay una vieja máxima no escrita que viene a decir que la grandeza de un artista se mide por la calidad de su público. Pues bien, Graham Nash reunió en el teatro Nuevo Apolo de Madrid, en una calurosa noche de junio, a lo más nutrido del panorama musical patrio: el insigne productor y ex-cantante de Tequila, Alejo Stivel; el servil guitarrista de Joaquín Sabina, Pancho Varona; el guitarrista de los Secretos, Ramón Arroyo o el locutor de Radio 3, director del veterano programa ‘Disco Grande’, Julio Ruiz, por citar algunos. Estamos hablando de grandes referencias de nuestra historia musical más reciente que se congregaron para rendir pleitesía al maestro Nash. Por algo será.

Salió al escenario el británico Graham Nash con el sayo quitado, en una propuesta sobria: vestido completamente de negro y descalzo, con la camisa ligeramente desabrochada en una puesta en escena íntima y acogedora, coronada por la tenue luz de unas velas incadescentes. Un teclado Yamaha, dos micros y varios pies de guitarras para sostener un variado muestrario de acústicas y eléctricas completaban la escena.  Solo le acompañaba el guitarrista Shane Fontayne, experimentado escudero con una sensibilidad especial para la sutileza ornamental.

Empezó fuerte con el «Bus Stop» de los Hollies, esa histórica banda de Manchester cuyas armonías vocales no tenían nada que envidiar a los Beach Boys y que rivalizó con los Beatles por conquistar el Mersey Sound (ya sabemos quién ganó). Luego pasó al «Marrakesh Express» del disco debut de Crosby, Still & Nash, de título homónimo. A la tercera canción «I used to be a King» de su afamado disco en solitario «Song From Beginners» no había nadie en el teatro que no pensara que seguía siendo el rey. Una cosa estaba clara, la desnudez de la propuesta daba un nuevo aire a las canciones. Pero es que además, Graham Nash poseía una cualidad especial solo reservada a algunos privilegiados: cada melodía que entonaba, cada acorde que rasgaba, cada palabra que salía de su boca rozaba la perfección. Una suerte de perfección innata que hacía que la acústica sonará más cristalina que un arroyo salvaje de su Manchester natal. Da igual que cogiera la armónica, el piano o que hiciera uso de la cejilla o que se limitara a tocar simples variaciones de acordes sencillos. Sonaba perfecto, límpido, natural, sosegado.

A mitad del concierto, tras un repaso por algunos temas de su último disco «This Path Tonight», el público empezó a levantarse espontáneamente para aplaudir con una mezcla de entusiasmo y gratitud. Contra todo pronóstico el personal de seguridad del teatro reprimió cualquier instinto natural a levantarse, como si el hecho de ver el concierto de pie restara magia a la noche. Lo que nadie pudo reprimir es que los asistentes gritaran los títulos de sus canciones favoritas para que Nash las rememorara. «Si hago caso de todas las peticiones estaría aquí dos semanas más», respondió con una sonrisa a medio esbozar.

Una de las primeras grandes ovaciones se produjo con la dupla «Wind On The Water» y «Wasted On The Way», otro éxito de su etapa Crosby, Still & Nash. Así en alto, se cerró el primer pase. La mayoría del público, perteneciente a la «generación tocadiscos» más que «a la generación Youtube», refleja una inmensa alegría en sus rostros. «Dejad ya tranquilos los dichosos móviles» gritó una voz desde las últimas filas, como si Graham Nash estuviera destinado a disfrutarse con los ojos cerrados en un recinto de aforo medio más que a acaparar visitas en alguna red social.

El segundo pase se inició  con «Simple Man», una canción sobre su ruptura con Joni Mitchell. «Taken At All» elevó su voz de nuevo a los límites de la perfección. Los arpegios de la guitarra sonaban estremecedores, la armónica resonaba en lo alto del patio de butacas. Además Graham, generoso, contaba anécdotas de las canciones como cuando habló de la segregación racial detrás de «Mississippi Burning» o la visita que hizo al monumento mortuorio Stonehenge el día siguiente de actuar en el Royal Albert Hall de Londres y que inspiró «Cathedral». Pero de todas las anécdotas la favorita de la noche fue la de «Our House», canción dedicadaca Joni Mitchell y a su jarrón de tienda de antigüedades que está detrás de la primera frase de la canción: «I’ll light the fire, you put the flowers in the vase you’ve bought today». Para acabar, una contundente versión de «Chicago» al piano puso en pie a aplaudir hasta al tipo de seguridad del teatro.

Una leve insistencia  y Graham ofreció uno de los momentos especiales de la noche: una sublime versión del Blackbird de los Beatles, que también grabarían Crosby, Still & Nash. A solo una semana de la vista de McCartney a España, Nash hacía eso que solo quienes caminan por la senda de la perfección consiguen igualar (algunos dirán que superar) al original. Un «Teach Your Children» entonado por todas las gargantas del Nuevo Apolo puso fin a la velada.

Mientras se recogía, el público comentada la jugada,otros se peleaban por conseguir el setlist o una púa. Un chico de unos 12 años, sin duda el más joven de la noche, respondía sonrojado a la impertinente pregunta del periodista sobre su impresión del concierto. «Me gustó mas McCartney» , admitió ante la atónita mirada de su madre. En la cola del pasillo central, Alejo Stivel, el productor más afamado de este país, compartía opinión con su compañera: «no hace falta más, ni bajo ni batería, así rozaba la perfección».

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