Disco del día: Miles Davis In a Silent Way

Texto: Luis Miguel Flores

MIles Davis In a Silent Way. El Miles Davis más silencioso se hizo carne un 18 de febrero de 1969 en el Estudio CBS de Nueva York. Junto a Wayne Shorter al saxofón, John McLaughlin en la guitarra, las teclas de Chick Corea, Herbie Hancock y Joe Zawinul, el contrabajo de Dave Holland, la batería de Tony Williams. Y, más que nunca en el mundo del jazz hasta entonces, el productor Teo Macero. Fusión, jazz eléctrico, jazz rock, el estudio como un instrumento más. Muchas «primeras veces» en «In a Silent Way».

Bienvenidos al Miles eléctrico, al Miles blasfemo, al Miles de la fusión, al Miles rockero, al Miles ambiental. Y a nada de eso. «In a Silent Way», editado el 30 de julio de 1969 -en plena efervescencia psicodélica, agotado el mayo del 68 y al borde del final del sueño hippie- juega en una liga propia. Controvertido y rompedor. Por su sonido: eléctrico y a la vez contenido. Por ser el primer álbum construido y editado por Davis -y Teo Macero- en el estudio, a partir de horas de improvisaciones de los músicos -las que recoge, por cierto, la caja de 3 CDs «The Complete In A Silent Way Sessions», editada en 2001.

Sólo dos temas, «Shhh / Peaceful» e «In a Silent Way / It’s About That Time», para 38 minutos. Más o menos 19 minutos por cabeza con un mismo esquema -más sólido y clásico de lo que parece en un principio- dividido en 3 partes muy marcadas: exposición, desarrollo y recapitulación. Una música que no acogieron bien los críticos y los puristas del jazz (que se sentían traicionados por Miles) y pilló a contrapié a buena parte del mundo del rock. Aunque el legendario periodista musical Lester Bangs lo tuvo claro desde el principio: «Es un disco que te hace tener fe en el futuro de la música. No es rock, pero tampoco es jazz estereotípico (…) más que por su mezcla de estilos musicales, se define por su profunda emoción y su insobornable originalidad».

Al mando del trompetista, la guitarra de un John McLaughlin al que Davis había escuchado tocar por primera vez la noche anterior a la grabación; sorprendido, le invitó sin más. Y no uno ni dos sino tres teclistas: los dos habituales en el grupo de Davis de entonces (Chick Corea y Herbie Hancock, ambos al piano eléctrico) y un Joe Zawinul que asistió a la grabación e calidad de compositor y acabó tocando el órgano casi sin querer. El contrabajista, Dave Holland: apenas estuvo dos años con Davis; dos años, eso sí,  trascendentales en la carrera del trompetista. Por último, anclándole al pasado reciente del «segundo gran quinteto», los fieles Wayne Shorter y Tony Williams -con Miles desde 1963, cuando el batería tenía 17 años-… a punto de marcharse del grupo.

A punto estaba también Davis de emprender una nueva senda, de dar otra vuelta de tuerca cuyas raíces ya estaban en «In A Silent Way». Una vuelta de tuerca llamada «Bitches Brew». Pero esa es otra historia y ya la hemos contado por aquí

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