Texto y fotos: Javier Fraiz
Ha caído el telón del Festival de Jazz de Lugo dejando un regusto «sabi», que quiere decir sabroso en criollo de Cabo Verde, explica Carmen Souza al descifrar la letra que flota en la armonía sensual y pegadiza de «AfriKa», un canto a la hermosura y al anhelo de progreso del continente (Ayudemos. No perdáis este tesoro. No dejéis que nadie os diga qué hacer). El cierre a la edición número 25 del ciclo espanta la niebla gélida que agarrotaba la ciudad el lunes por la noche. «Sabi es como el pulpo, la tortilla de patatas o los pimientos de Padrón», continúa.
El ritmo y la complicidad se contagian desde el escenario a las butacas del Círculo das Artes, en otro lleno en el adiós a 3 semanas de actuaciones en directo al pie de la muralla romana, de cuya declaración como Patrimonio de la Humanidad se cumplen 15 años esta noche. Ha pasado un cuarto de siglo desde los albores del festival de jazz y los organizadores se permiten la nostalgia. «Me siento como el primer día; empecemos a recoger, ya viene la Navidad», dicen en la mesa de sonido, llegado el final. «Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho», escribió Ángel González. Así que imaginémonos los trances y duelos para mantener 25 años de programa ininterrumpido.
Carmen, ¿la heredera de Cesária Évora?, lleva un vestido tribal. A diferencia de La Diva de los Pies Descalzos, ensarta dos dedos en sandalias tradicionales sobre las que pivotan las canciones y luce una gardenia blanca, incólume, en el pelo, como hacía Billie Holiday pese a lo que sucediera. Se mueve en un solo eje, alimentada por la savia de las canciones, auténticas y originales como su voz, que se columpia entre texturas graves y frases de terciopelo.
Su reseña de prensa la sitúa en algún lugar inclasificable entre Nina Simone, la propia Lady Day, Sarah Vaughan o Joni Mitchel. Su estilo heterogéneo se refleja, por ejemplo, en el «Sous le Ciel de Paris» que hizo propio Edith Piaf, una chanson que da lustre al primer bis, prueba ideal de la simbiosis entre la cantante de Cabo Verde y el expresivo bajista Theo Pas’cal, su mentor. Juntos llevan años mezclando la pulsión africana -tan bien marcada por el instrumentista- con armonías del jazz americano. «Epístola» es el último trabajo, compuesto y coproducido por los dos.
Elías Kacomanolis, de Mozambique, no es un elemento decorativo en el escenario. Depura el sonido afro-latino a base de acompasar batería y percusiones. El trío se adentra por momentos en esquemas funk y rock, según el caso. Souza, nacida en Lisboa en 1981, formada en un coro góspel, canta alternativamente en portugués, inglés y francés, y dialoga en español con el público de Lugo, al que persuade con su autenticidad. «Para cantar Afrika hay que ponerse en pie», y lo consigue. Minutos después logra que la despedida se dulcifique invitando al auditorio a tararear una melodía que la lleva al backstage, que pone el broche de oro al Festival de Jazz de Lugo. «El silencio es el espacio disponible para llenarlo de cosas buenas», defiende el pianista Ivo Pogorelich. Pues habrá que improvisar hasta la próxima.