Fotos: Jaime Massieu. Texto: Luis Miguel Flores.
En algo más de dos horas, Garrett y su quinteto recorren casi todos los recovecos de su música. Tejiendo desarrollos largos y sesudos, por lo general tirando a cerebrales y nada complacientes (sí: luego hablamos de la excepción). Kenny agota las posibilidades de cada tema. Se explica a gusto. Ahí están la dificultad y la esencia de su música. Pero también el riesgo de explicarse, a veces, en exceso.
Kenny Garrett (son ya muchos años de música) puede mostrar sus influencias sin miedo y así, nada más salir con su quinteto a escena, el primer homenaje de la noche es para Chucho Valdés a través de ese «Chucho’s Mambo» de su último disco, «Pushing The World Away». Latin jazz elegante y sin estridencias. De ahí a una cabalgada en toda regla: post bop, bop, bop… El percusionista (Rudy Bird) se ausenta pero el batería (McClenty Hunter) redobla el esfuerzo. Garrett arranca su solo y su pianista (Vernell Brown) le persigue a velocidad vertiginosa. Segunda cita, ahora doble: Kenny recoge el tema majestuoso, Coltraneando y Parkereando a partes iguales. Para quedarse luego un rato encallado, bien a gusto, en uno de esos riffs de saxo minimalistas que tanto cultiva.
Parece que hay prisa porque, apenas sin respiro, sin mediar palabra, vuelve el percusionista a la carga y la emprende con el gong. Para este medio tiempo, Garrett desenfunda ahora el saxo soprano, pero antes de soplarlo entona un cántico. Se está gestando un mantra. Hipnótico y repetitivo, claro, pero también denso… y demasiado espeso en ocasiones. Desarrollo laaargo… El saxo se queja: Kenny oscila y su cuerpo se arquea entre esos estertores de soprano. El contrabajista (Corcoran Holt) retoma el cántico. Vuelve a unirse Garrett. Suben juntos. Se apuntan pianista y percusionista a las voces. La batería de Hunter teje una red barroca, creciente, envolvente, constante, espléndida. Y en lo más alto… parón, soplidos. El pianista frota entre sus manos una especie de rosario y el mantra se va apagando. Uff. Qué intensidad.
Para compensar, contrabajo y piano ensayan la introducción al siguiente tema recreándose en la extrema belleza de su melodía. Garrett recupera el saxo alto y arranca apoyado en las congas de Bird. Afro-cubanismo que se acerca por momentos al tumbao. Y de ahí a una balada con melodía circular. Kenny juega en los registros bajos de su alto y finalmentre dialoga con el piano mientras la sección rítmica -en otro de los momentos más hermosos del concierto- parece alejarse poco a poco…
Sexto tema sin pausa y Kenny no ha dicho aún ni mu. Vuelve el pulso rítmico. Veloz. Nuevo descanso para el percusionista; amplio espacio para los solos de los otros cuatro: a toda pastilla. Y al séptimo tema, habló. Después de que Hunter engarce break tras break en una especie de solo de batería encubierto, Garrett presenta a sus músicos repitiendo in crescendo nombres e instrumentos. Otro mantra ¿En preparación de lo que viene?
Y es que después de un concierto tan intenso, el quinteto de Garrett explota, incendiando el Lara con una apoteosis de «Happy People» de, sin exagerar, 20 minutos. Kenny se suelta, rapea. Jalea, anima. Canta con la gente. Relaja la tensión tras un concierto bastante cerebral. Palmas. Cánticos. Alegría desbordada. El público en pleno en pie. Baile desenfrenado. Pero muy, muy desenfrenado. Alguno que otro con envidiable estilo.
Fiestón ¿No es excesivo el contraste con todo lo que ha pasado antes? Poco a poco, los músicos van desapareciendo de la escena, de uno en uno. Y la «happy people«, la gente feliz, sonrisa en rostro, se pierde en la noche madrileña… Esto también es jazz…