thebadplus

A primera vista, podrían ser tomados por la última excrecencia del rock “indie”. Cualquier cosa, menos un trío de jazz. Acaso, ese sea el secreto de su éxito. Durante la pasada década, The Bad Plus se ganaron a pulso su fama de chicos malos con sus versiones no exactamente ortodoxas de Nirvana, Blondie o Herb Alpert. “Nuestra música causó consternación en ciertas esquinas polvorientas de la comunidad del jazz que tienen poco aprecio al rock”, opinaba el, entonces, pianista del grupo, Ethan Iverson. Dieciocho años y quince álbumes después, los chicos malotes, ya no tanto, del jazz, vuelven a nuestro país con nuevo repertorio y nuevo pianista, Orrin Evans.

“Never stop II”, su disco recién editado, demuestra que, por encima de las mudanzas, pervive el espíritu que inspiró a los miembros fundadores. Un espíritu que, acaso, pudiera definirse por lo que The Bad Plus no es: “no somos un trío de piano, sino un colectivo, lo que significa que no hay un líder y que todas las puertas están abiertas a la aportación de cada cual” (Iverson). En otras palabras, The Bad Plus interpretan jazz como lo haría un grupo de rock, sin electricidad, pero con un groove irresistible.

La mezcla resulta, sencillamente, irresistible. Y, como muestra, “1983 Regional all-star”, incluida en el último cedé del trío; una interpretación vibrante, contundente e intrigante, tanto como su propio título. ¿Jazz o no jazz?: esa NO es la cuestión: “no sabemos si somos de verdad un grupo de jazz o no, y tampoco nos importa lo más mínimo”. Y no, el nombre de la banda no significa absolutamente nada: “nos gustó “The Bad Plus” porque es fácil de recordar, punto”.

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