Texto y selección: Manuel Recio

En la música soul pocos han experimentado las pasiones con la intensidad de Al Green. Las pasiones más carnales, terrestres y permitidas, claro. Como buen pastor cristiano, el bueno de Green se sube a su púlpito de canciones para darnos uno de los sermones más intensos, bellos y emotivos: amor y felicidad, hermanos.

Al Green nació en 1946 en la ciudad de Forrest City, en Arkansas, y pasó su juventud viajando de un lugar a otro. Empezó cantando en los conjuntos vocales de pop, pero también se acercó al gospel de las iglesias.

En 1969 empezó su carrera discográfica en Hi Records con el disco Green in Blues, grabado en Memphis. Es precisamente en la ciudad sureña donde Green se asentó y conseguió su personalísimo sonido reforzado por los luminosos metales del souhtern soul. En 1972 editó «Stay Together», un disco que fue un éxito abrumador. Rolling Stone escribió: «la voz de Al Green es una suerte de maravilla: puede cantar suavemente, gritar, improvisar, alcanzar el falseto más sútil y lanzar los gemidos más funky».

En 1974, tras una experiencia nefasta con una amante que intentó quemarle para posteriormente suicidarse, lo dejó todo y se hizo pastor cristiano. Siguió grabando discos pero dejó de un lado su rhythm’n’blues fogoso que había caracterizado su primera etapa para centrarse en los himnos gospel de las iglesias negras. En los 80 volvió a su estilo original y colaboró en diferentes proyectos como bandas sonoras para cine y duetos.  En 1995 entró en el Salón de la Fama del Rock y nueve años más tarde en el Salón de la Fama del Gospel. En 2002 recibió un Premio Grammy a toda su trayectoria musical.