Texto y fotografías: Edith Filgueira

Hace unas semanas, en una conversación con un amigo, salió el tema de cómo se mitifican a algunos grupos de música, escritores, periodistas o cualquier persona que adquiere una cierta relevancia por su profesión y de cómo otros muchos suponen un descubrimiento en todos los sentidos -teniendo en cuenta que a uno le interese que detrás de un buen trabajo haya un mejor ser humano-. Pues bien, Rodrigo Amarante -para muchos conocido por ser el creador de la canción insignia de la serie «Narcos»– conjuga lo artístico y lo personal  exageradamente bien.

 

En un momento de confesión se describió como alguien «egoísta» que utiliza las canciones para obtener un beneficio, a modo de autoayuda. Y yo, que no soporto la cantinela de abanderados del género como Paulo Coelho, caí en la trampa de este brasileño de canas incipientes en una barba frondosa pero que no consigue restar protagonismo a la sonrisa que regala cada dos por tres.

En el que era el último concierto de la gira de su primer disco en soltario –«Cavalo»,  2014- se fue la luz justo en la mitad de un tema -es lo que tienen a veces los directos-, y como si nada hubiera sucedido, se arrimó al borde del escenario y continuó cantando sin miedo a la oscuridad, convirtiendo en virtud lo que a otros pondría nerviosos durante unos largos segundos.

Rodrigo Amarante

«Fall Asleep», una especie de nana que compuso para vencer al insomnio y dejarse llevar por Morfeo sin necesidad de somníferos,  y «I’m Ready», sobre cuando uno cree que ha llegado a destino y de repente se da cuenta de que todavía le queda camino por recorrer, mostraron a un Amarante amargamente dulce. A sus cuarenta años es capaz de entonar que está listo para el final como quien mantiene la esperanza del principio.

En portugués sonaron otros temas como «Irene» o «Cavalo», que da nombre al álbum del que ayer por la noche se despidió en el Riquela Club de Santiago de Compostela para, según explicó, empezar a trabajar en un disco nuevo.

Y volviendo al principio, Rodrigo Amarante tiene la consistencia de alguien que lleva bastantes años en el mundo de la música -formó parte del trío Little Joy, entre otros- y la inquietud de quien sabe que le queda mucho por probar. Pero lo que es mejor aún, es una persona agradecida con el público que decide comprar una entrada para compartir un rato con él, ya sea a media luz o a oscuras. En la ONU deberían plantearse hacerle una llamada para que haga de intermediario en los conflictos más retorcidos. Y Woody Allen debería cambiar a Wagner por Amarante, así le entrarían ganas de dejarse invadir en lugar de querer ocupar Polonia.

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