Texto: Luis Miguel Flores
Fotografía: Jaime Massieu
Al Foster o cómo dirigir sin imponerse. El que fue fiel escudero de Miles Davis durante los 70 y los 80 sabe parapetarse tras sus enormes platillos para mandar sin mandar, desde la retaguardia, a su Al Foster Quartet. Generoso. Organiza sin avasallar. Comanda un tributo al mítico batería Art Blakey dando amplio espacio a los demás. Y, como éste, apoyándose en talento joven casi aún por estallar. Sangre fresca para revitalizar a un clásico. Al Foster Quartet abriendo con categoría el VIII CIclo 1906 de Jazz en el Café Berlín.
Antes que nada, el director artístico y programador del Ciclo 1906 de Jazz, Carlos López, pudo «por fin» presentar desde el escenario del madrileño Café Berlín esta octava edición, tras la cancelación de las dos fechas de un enfermo Richard Bona. No faltó un recuerdo al bajista camerunés. Ni otro a ese enamorado del jazz de nombre Juan Claudio Cifuentes, Cifu, que nos dejó el pasado día 17.
Y sí: a Cifu le hubiera encantando -seguro- este homenaje al mítico batería Art Blakey. Desde luego, Foster y sus tres acompañantes, se emplearon a fondo. Para empezar, el septuagenario batería, supo rodearse de «jóvenes talentos» como en su momento hizo Blakey con sus inseparables Messengers. Al menos dos: el saxofonista Godwin Louis y el pianista David Bryant. Al contrabajo -sustituyendo a última hora al aún más joven y muy talentoso Daryl Johns-, un hombre de confianza de Foster desde hace casi 20 años: Douglas Weiss.
Desde el principio se marcó la tendencia: amplios espacios para los solos de piano y, sobre todo, de saxo. Y Al Foster armando el puzzle, sosteniendo el armazón sin llegar a «solear»… pero como si lo hiciera. Duro en platillos y timbales. Sí: como Blakey. Como un Blakey sonriente, escondido tras sus enormes platos y un gorrito «a la Thelonius Monk«. Sonó parte del repertorio de los mejores Messengers: los de los 60: Lee Morgan, Wayne Shorter, Bobby Timmons… Puro hard-bop.
Entre saxos meditabundos, tormentas de platillos, juegos en las notas altas del bajo, pianos saltarines y cadencias de bossa se nos pasa el primer pase sin sentir. Rematado, por una maravillosa «A Night in Tunisia», con la misma introducción que Blakey hace en su versión para el disco al que da título. Y entonces Al se levanta y habla. Nos cuenta el mito que es «un anciano intentando tocar con unos jovenzuelos» con los que -añade- es la primera vez que lo hace. Increíble. Recuerda que es un «homenaje al Art Blakey y los Jazz Messengers de los 60» y que no presenta las canciones porque «todos las conocemos».
Tras la pausa -en la que el público hace cola para saludar y hacerse fotos con Foster- el segundo pase empieza muy animado con otro clasicazo de Blakey y sus mensajeros: «Lester Left Town»; que, a su vez, el enorme -y aún más que vivo- Messenger Supremo Wayne Shorter compuso como homenaje a Lester Young. Y luego el himno, la canción fetiche de Blakey: «Moanin'», rica en platillos y groove. El saxo se enciende. Gloria bendita. Y sin previo aviso, con paso vacilante y trompeta en ristre aparece… ¡Sorpresa! Jerry González. El piano introduce su inminente aparición. Jerry coge aire, calienta la trompeta… y se suelta. Sospechoso habitual del Berlín, esta leyenda viva del jazz latino se queda un par de canciones más y se luce a dúo con Godwin Louis. Momentazo.
Tras otra delicia minimalista de Foster, dialogada con el contrabajo de su fiel Weiss, el batería vuelve a hablar… para despedirse. «Me voy ya, que mañana toco en Valencia«. Evidentemente le pedimos un bis… y nos lo da: «St. Thomas». Curiosa elección: versión de Sonny Rollins incluida en el «Saxophone Colossus», en el que tocaba la batería otro mito: Max Roach. Y así, ya van tres: Blakey, Roach… y Al Foster, claro.