Texto: Javier Fraiz
Fotografía: Gimena Berenguer
Tete Montoliu, puede que el músico español de jazz de mayor fama, se veía «negro al mirarse en el espejo». Y era ciego. La música derriba barreras mentales. Es la máxima que practica Gorka Benítez, un saxofonista versátil que se alimenta de ritmos y estilos diversos, desde el aire pop a la experimentación más libre, cuando el pentagrama salta por los aires. Tras casi dos horas de directo en el Jazz Filloa de A Coruña -en la primera de sus tres noches en Galicia de la mano del VIII Ciclo 1906 de Jazz-, el músico vasco afincado en Barcelona anuncia una ranchera para el punto final del espectaculo de su trío. «El que piense que no es jazz, ¡me importa un huevo!», subraya ante la aprobación general. «Podéis bailar», continúa. Así concluyen sus dos pases en Jueves Santo. «Larga vida a este sitio, a estas cuatro paredes; todos tenemos que cuidar lugares así». Treinta y cinco años de copas y conciertos cifran el logro del Filloa. Diecisiete años y siete discos desde su debut, el del bilbaíno.
Al filo de la madrugada, el público ya está expuesto. Una chica muestra sus ojos vidriosos bajo un retrato de Miles Davis, meditabundo. El medio centenar de asistentes aplaude para la coda final del Gorka Benítez Trio. Dani Pérez, un argentino de raíces gallegas y una guitarra descabezada, y David Xirgu, batería «como un poeta, como un pintor», han abrigado los fraseos más dulces del vasco, que paladea un whisky con hielo y su primera vez en Galicia como líder de grupo.
Sus acompañantes también lo han empujado a ritmos que terminan en una efusión de notas y escalas: el saxo tenor agujerea el viento, alcanza la agudeza en las octavas altas, llegando al culmen como el que alcanza una idea excelente. Y en la escalada súbita se cuela algún graznido de saxo grave. Sucede en «El Duelo», «Silbable» y «Pan Duro», entre los ocho temas recogidos en «Gasteiz» (Fresh Sound New Talent, 2014), una grabación de un concierto en 2012 en el Festival de Jazz de Vitoria, la prueba editada del penetrante directo del grupo. Del mismo disco, que monopoliza el repertorio, sale «Una y mil veces», una canción en la que mecerse en tantas ocasiones.
Dani Pérez, a quien el público cantó el feliz cumpleaños, trae por momentos el mar de fondo, con la distorsión del pedaleo de su guitarra. Agita el segundo plano en «Falsa Calma», donde Benítez recurre a la flauta travesera para inyectar una inquietud emocional. En otros pasajes, el guitarrista actúa como un bajo sin ambiciones, pero acariciando magistralmente las notas acentuadas del saxofón. Sin previo aviso, David Xirgu -el fiel escudero de Gorka, el único que lo acompañara en su próximo disco, el octavo-, utiliza el codo para aplicar una sordina, o deja caer las baquetas y escobillas sobre la caja, para que se vea y, por supuesto, para que suenen. Domina el sístole y el diástole del charles, incluso en algún tema en el que se permite estar descalzo.
En la más de una docena del directo también tuvieron hueco «una canción que no tiene título pero que dice así» y un momento agridulce con «Idoia», una balada a lo Dexter Gordon bella y lastimera, «triste pero una liberación», según Benítez. Ver a un amigo tocando blues con la flauta travesera en su calle de Bilbao marcó su camino al jazz, cuando aún era un crío, antes de la formación de conservatorio que culminaría con un graduado en Nueva York. Para Miles Davis, la música era «contar compases, tiempos y mierdas así». Gorka, con un depurado sentido de la melodía y un heterogéneo bagaje tras colaboraciones con Emilio Solla, Loquillo, Paco Ibáñez, Martirio o Jerry González, toca para «poner mis palabras en la música».
Si quieres leer la entrevista que nos concedió Gorka Benítez, pincha en el siguiente enlace