Entrevista a Gorka Benítez Trio. A Coruña, Jazz Filloa. 2 de abril de 2015. Fotografía: Gimena Berenguer

Texto: Javier Fraiz
Fotografía:  Gimena Berenguer

Busca en sí mismo, mira al pasado y ya no recuerda la fecha en que Galicia fue el lugar de paso a Portugal (como en el tiempo del estraperlo) durante una gira con una formación Dixieland. Sucedió antes de Nueva York, hito en su formación jazzística. Hace menos años que regresó a la comunidad como acompañante de la contrabajista de origen italiano Giula Valle. Gorka Benítez lidera el trio, es el nombre principal en el libreto durante tres noches seguidas en A Coruña, Santiago y Lugo, de la mano del VIII Ciclo 1906 de Jazz. El bilbaíno afincado en Barcelona, «por primera vez en Galicia como frontman», exhibe su manejo versátil del saxo tenor y la flauta travesera, sin etiquetas, con una honestidad a raudales. La misma que destila conversando.

Por tus diversas colaboraciones y con una discografía que cambia y evoluciona, que incluye desde temas pop a pura experimentación, es arriesgado catalogarte. ¿Quieres clasificarte tú, o rehúyes las etiquetas?

No es una cuestión de rehuir etiquetas, es el lujo y la suerte de poder hacer un poco lo que quiero. En el fondo siempre existe un común denominador, que es mi manera de ver la música. Lo que comentas es algo que me ha dicho gente, como Jordi Pujol, de la discográfica Fresh Sound, al ser una especie de handicap para poder meterme en un sitio u otro. Pero estoy en la música, y sobre todo en esta música, para poder hacer lo que buenamente pueda, con honestidad. Tal vez estemos muy acostumbrados a que el jazz sea exclusivamente una cosa y ya está. Para mí el jazz son demasiadas cosas encima, sobre todo un espíritu, creatividad e intensidad. Pertenezco a todo eso. Gorka Benítez es eso, el toque de pop, porque he nacido con eso.

¿Piensas en nuevos territorios por explorar?
Siempre tengo cosas en la cabeza. Va a salir el segundo disco a dúo con David Xirgu, que se llamará «Quiero volver a amarte»; lo grabamos este verano. Es una continuación del primero de los dos juntos, que se llamaba «A Marte otra vez». También saldrá un proyecto que espero que me publique Fresh Sound con un coro de 16 voces que montamos en Euskal Herria más un cuarteto. En ese repertorio, hay desde temas originales míos a temas contemporáneos o un Sanctus de 1400. La única pretensión era vestir esas grandes canciones que estaban ahí, en un formato de cuarteto.

Comenzaste en la música folclórica, fuiste madurando y llegaste a Nueva York. ¿Es una ciudad tan trascendental como parece para un músico de jazz?

Sí que lo es. Aporta sobre todo una impronta de cómo se toma la gente el jazz, cómo sabe dar importancia a buscar una voz propia. Es un sitio único en el mundo donde no te sientes que estés solo, haciendo lo que quieras hacer. Nueva York es el sitio donde puedes absorber la intensidad y manera de ver la música.

¿En España se puede vivir del jazz sin jugársela demasiado? ¿Es posible y rentable ser músico profesional?

No, además en ningún aspecto, salvo por tu propio espíritu. Estamos en un país que no tiene cultura de la cultura ni le da importancia. Siempre pongo el paralelismo con el abandono de la investigación. Es muy difícil para cualquiera de nosotros tocar en Portugal o en el sur de Francia, ya no te quiero decir en otros escenarios, si no eres nadie aquí y nadie te da bola. Estamos hablando de poder desarrollar un arte creativo, no queremos comprarnos un yate, simplemente reivindicamos el derecho a trabajar. Aquí no tenemos ni leyes que contemplen nuestro sistema laboral. Para los chavales jóvenes, tal vez sea posible, pero para mí que soy padre de familia, solamente con los conciertos sería imposible.

¿Hay suficientes salas para llegar al público?

Se tienen que juntar muchas cosas. Lo primero es que el dueño del local ame esto y además que tenga un cierto criterio. Yo veo importantísimo que se haga una programación con criterio. Se mantienen sitios como el Jazz Filloa, que es un clásico, pero quedan muy pocos ya. La gente que sale es gente emprendedora, con ilusión, pero que se tiene que mojar más. No se le puede pedir a los músicos todo, no se puede poner programación en tu peor día de la semana para que los músicos te salven el momento.

¿Está preparado el público español, en general, para asimilar una música como el jazz?

Yo creo que sí, lo admite y le gusta incluso más de lo que ellos creen. Cuando hay una gran banda de músicos encima del escenario, la cosa trasciende. Pasa en todas las artes; no tienes que comprar muchos libros para tener una cierta sensibilidad. El principal problema es la falta de apoyo para dar a conocer a los artistas. Por ejemplo, faltan críticas y artículos en los medios de comunicación de gente local, sino es muy difícil.

«Silbable», «A Marte otra vez», «¿En qué tono Chabeli?». Tienes fijación con los títulos…

Pico y robo de cualquier parte, siempre elijo el que crea que va con el tema. A veces un tema te viene de un buen título.

¿Importa que las canciones, como en tu caso, sean composiciones propias?

Siempre he tirado de lo que yo puedo escribir. Tendría que hablar con mi psicólogo, pero supongo que vas encontrando lo que realmente te gusta y eres capaz de hacer. Desde chaval lo he hecho y es algo que me gusta. Que sea bueno o malo ya lo criticará otra gente.

¿Cuál fue el punto de inflexión para que saltaras del folclore vasco al jazz?

Ver a un buen amigo mío, yo tendría 16 años, en un bar de mi calle en Bilbao, en Iturribide, tocando un blues con la flauta travesera. Dije, pero qué es esto, qué es este sonido, y me quedé p’allá. Duke Ellington, Coltrane o Charlie Parker no eran la música al alcance. Bilbao era una ciudad industrial y mi entorno era más dado al folclore. Esas fueron mis fuentes antes del conservatorio.

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