Mark Guiliana

Texto: Manuel Recio

EL 9º Ciclo 1906 de Jazz no podía haber empezado de mejor manera: en un renovado Café Berlín de Madrid con uno de los músicos más efervescentes del jazz actual, Mark Guiliana. Durante hora y media de actuación, el Mark Guiliana Quartet nos hizo pasar por diversos estados de ánimo, desde la admiración por una técnica depurada de inventiva torrentosa hasta la emoción por unos cambios de ritmos e intensidades que podrían conjugar el cielo con la  Tierra, sobre todo cuando tuvieron la feliz ocurrencia de homenajear a David Bowie. No hay que olvidar que Guiliana, como músico de sesión, fue uno de los últimos que se metió en un estudio de grabación con el ‘hombre de las estrellas’.

«Soy mejor batería que orador». La primera vez que habló un tímido Mark Guiliana, al terminar el segundo número de un repertorio basado en su último disco «Family First» (2015), fue para decir estas palabras, no si antes agradecer la presencia del público madrileño que llenaba el Café Berlín, un ‘sold out’ que no hacía más que demostrar las ganas que había por ver en acción al músico de New Jersey afincado en Nueva York.

Mark Guiliana es un líder atípico: modesto en escena, a pesar de ser acompañante habitual de grandes como Brad Mehldau, Avishai Cohen o el citado David Bowie; siempre en un segundo plano, con su aspecto de informático despistado, cediendo protagonismo a los músicos de su brillante cuarteto: un imaginativo Chris Morrisey en el contrabajo, Shai Maestro al piano -sencillamente espectacular, en honor a su apellido- y Jason Rigby en el saxo tenor, rabioso y vaporoso a partes iguales.

Su propuesta musical no abusa de los ritmos vertiginosos ni de la floritura vacía, todo encaja en el conjunto,  todo tiene una intención: ejecutan sorprendentes cambios de ritmo y de intensidades, cuando hay que bopear los músicos dialogan con frenesí, cuando llega el turno de solear crean monólogos inteligentes con una narrativa que busca conectar con algún resorte del público, evitando la endogamia. Sin excesos de virtuosismo, aunque despliegan una destreza interpretativa que pocos podrían imitar. Por ejemplo, durante el solo de batería, Guiliana mantiene el ritmo en el charles, con la precisión de un reloj suizo y no descuida el bombo, un elemento que otros baterías jazzísticos suelen olvidar. Con la caja y los timbales sugiere un diálogo en Morse como si nos hablara de sus sentimientos. Pocas veces da un golpe más fuerte que otro.

El momento estelar de la noche fue «What are we now» de David Bowie, un tema que suele incluir en su repertorio de directo, ¿quién mejor que él para homenajearlo? Durante la parte de piano -sublime- Guiliana se levanta, se arrodilla, apoya la cabeza contra el asiento y cierra los ojos, como si quisiera evocar la presencia de Bowie. Algunos cerramos los ojos también y, la verdad, ocurre algo que no se puede describir verbalmente. ¿Espiritismo, magia, poesía? Quién sabe…

De su concierto solo se le pueden hacer dos reproches, en realidad. Efectivamente es mejor batería que orador, de eso no hay duda, sobre todo cuando sustituye el micro por las baquetas y crea una suerte de capa sonora con su batería, tan sutil como precisa. A su favor, la honestidad: no escatimó en elogios hacia sus músicos. «Me siento halagado tocando con estos chicos, gracias, chicos». Y en segundo lugar, que nos dejara con ganas de más, la hora y treinta minutos escasa del show nos supo a poco. Al acabar el concierto Guiliana se hizo fotos con aquel que se lo pidiera, sonriente y predispuesto,  y saludó con admiración al contrabajista Javier Colina y resto de músicos que darían el siguiente show. La jam after party todavía resuena en algún lugar de Madrid.

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