Texto: Manuel Recio
Fotografías: Jaime Massieu
Hay pocas personas en el mundo que no hayan bailado alguna vez, incluso sin ser conscientes de ello, algún ritmo de Roy Ayers, el laureado vibrafonista y una de las figuras clave en la evolución de la música negra desde el jazz al soul funk más vibrante. Con la etiqueta de leyenda se presentó en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid el músico californiano dentro de nuestro ciclo de interpretaciones más personales. Y algo nos dejó claro: el groove no tiene fecha de caducidad; a la tercera canción el septuagenario ya nos estaba haciendo mover el esqueleto encima de las butacas.
La apertura de puertas estaba marcada para las 20 horas en punto, pero pasados más de 15 minutos apenas había una decena de aficionados en las afueras del Teatro Nuevo Apolo de Madrid. La combinación letal de tarde fútbol y clima primaveral invitaba más a quedarse en cualquiera de las terracitas de la plaza de Tirso de Molina que a introducirse en los serpenteantes caminos del rare groove. Cuanto más se acerca la medianoche, más proclive parece nuestro cuerpo a dejarse invadir por los ritmos negros y sin duda esa late evening no se mostraba aliada con el maestro Ayers. «¿Por qué no empieza un poco más tarde el concierto?«, formulo en alto con una intención más retórica que de ser contestado. «Deja, deja, las 21 es la hora perfecta, además si ya está mayor, así se puede ir antes a la cama» espeta, impulsivo y socarrón, uno de los técnicos del teatro. Es cierto, Roy Ayers está mayor, en septiembre de este año cumplirá 76. Se mueve ligeramente encorvado hacia adelante, dubita al hablar, tiene lagunas en la memoria cuando se le pregunta por el pasado y apenas se da aires de estrella, aunque tendría todo el derecho para hacerlo. Saluda con firmeza antes de que le entrevistemos, «hola, ¿cómo estás? soy Roy Ayers» nos dice al equipo de cámaras y al que esto suscribe, instantes antes de entrevistarle, con una humildad entrañable. Cuando habla de Miles Davies se agarra la camiseta -estampada con una foto de Miles- y recuerda que muchos de los músicos con los que ha tocado ya están muertos.
Son un poco más de las 21.15, las gradas del Nuevo Apolo han cogido algo de color, se sobrepasa de milagro la media entrada, lo suficiente para que no parezca un recinto desangelado. Roy Ayers se acompaña de una excelente banda de músicos (batería, bajo y guitarra) más un cantante / corista que cumple más bien una función de animador y frontman simpático. Sorprende que Ayers no se siente. Coge las mazas de su vibráfono y empieza a tocar de una forma tan sutil que cada golpecito melódico parece una lágrima indefensa que brota con fragor hacia el abismo vacuo de la pista de baile. Es un espejismo. Empieza suave pero a la segunda canción, animador mediante, ya tiene a todo el teatro en pie contoneando las caderas. Un hombre bajito entrado en los cuarenta baila desinhibido en la fila 6, poseído por el espíritu de Tony Manero, ajeno a todo. La música es para bailar y divertirse. Por algo el maestro Ayers es uno de los artistas más sampleados: sus ritmos contagian. La banda se exhibe: el guitarrista tira de mano derecha para dejarnos claro que el funky lo inventaron los negros y solo un negro (como él) tiene la capacidad para lograr esa conjunción de ritmo, melodía y velocidad. El bajista octavea con soltura, mientras que el batería -tras el muro de metacrilato- mantiene el beat con la solidez de un centurión. Roy por su parte combina el vibrafono con el rhodes.
Cae «Red, Black & Green» ese alegato racial de estribillo pegadizo y con un ritmo trepidante. Al acabar se dirige al público es una suerte de idioma inventando ante la mirada atónita (y alguna carcajada) de los presentes. Para luego soltar: «a veces hay que ir a sitios donde nunca has estado. Eso es la improvisación».
Improvisar, improvisa, no obstante la fórmula parece bien estudiada y la banda, engrasada, se molesta en demostrarlo. Los temas sin excepción se estructuran mediante intro+desarrollo del tema+solo de vibrafono+otros solos+melodía. La fórmula por sencilla no deja de ser eficiente. Aunque los solos de Ayers son los que más llaman la atención, no hay que perder de vista al guitarrista y mirarle (en este caso sería más apropiado decir escucharle) de reojo, para deleitarse con muñeca derecha. Combina temas de su última época como «Life is just a moment» con otros más clásicos como «Running Away». El animador se empasta bien con la arenosa voz de Ayers pero su función es otra y de repente saca unos posters clásicos de Ayers como reclamo para vender su CD. Suena algún tema más rapeado que nos hace recordar que Ayers es una especie de Dios para los DJs del hip hop. No se hace de rogar mucho y a los tres cuartos de concierto toca su gran hit, «Everybody loves the sunshine», que haciendo honor a su nombre suena luminosa y fresca a pesar de tener ya más de 40 años. Venga, todo el auditorio tira de smartphone para captar el momento. En menos de 24 horas esa interpretación llenará Youtube. La positiva «Can’t you see me» marca el principio del fin del concierto. Acaba y se abraza a sus músicos, hace un amago de irse, pero se rinde a los aplausos y decide tocar un último tema. El Miles Davis de gafas de sol de su camiseta parece querer mirar para arriba con signo de aprobación.
Han pasado unos minutos de las 22.30, el fútbol ya ha acabado (Madrid será ciudad de final de Champions otra vez), la noche inunda la ciudad mientras un reducto de locos, irreverentes y despreocupados hedonistas, al marguen de los Trending Topic, nos dejamos llevar por las enseñanzas de uno de los grandes maestros de la música negra. Esos pequeños momentos inolvidables.