Texto: Manuel Recio
Fotografías: Jaime Massieu
No todos los días se tiene la oportunidad de ver, frente a frente, a un pedazo de historia de la música de Nueva Orleans. Pero la historia en ocasiones es caprichosa y traicionera. Horas después de que terminara su concierto en el Teatro Lara de Madrid, Allen Toussaint fallecía de un paro cardíaco. El hombre se transformó en mito y esta crónica queda como inesperado testigo del último concierto del maestro de Nueva Orleans, donde tradicionalmente los funerales son alegres y festivos. DEP.
Minutos antes de que saliera a escena el maestro Allen Toussaint, dentro del ciclo «Pequeños Grandes Momentos» de Club 1906, la sensación general en el ambiente es que iba a suceder algo grande. Desde Andrés Calamaro, Carlos Goñi o Alejo Stivel hasta lo más nutrido de la prensa musical patria. Ninguno se lo quería perder. Y ocurrió un hecho que por inevitable no deja de ser sorprendente: la magia de las grandes noches sureñas.
Que a sus 77 años, Toussaint es una leyenda lo sabían todos y cada uno de los que llenaban las gradas del Teatro Lara de Madrid; que esa leyenda todavía tuviera capacidad de lanzar poderosos sortilegios, pilló a más de uno por sorpresa, acomodándose en la butaca. La excepcional banda (a destacar el bajista) empezó a funkear y a los breves segundos apareció él. Vestía elegante Allen Toussaint, a pesar de portar unas discordantes cangrejeras negras que bien pudieran ser un homenaje a los cangrejos de río (crawfish) que habitan los pantanos de Luisiana y que constituyen uno de los ingredientes principales del gumbo, plato típico local. Quién sabe.
Tan embaucador, como simpático, vivaracho y chispeante (como los destellos de su americana verde), míster Toussaint nos explicó, con metáforas musicales, por qué cuándo la luna desciende río abajo por el brillante Mississippi (The Bright Mississippi) de su ciudad natal, las hechiceras vudús despliegan sus pócimas de amor. En este caso los menjunjes de nigromante se transformaron en los largos y delgados dedos de Toussaint al acariciar las 88 teclas nacaradas del piano de cola que ocupaba la parte central del escenario. De ahí salían algo más que corcheas: la tradición musical de Nueva Orleans se encerraba en sus manos. De los ritmos latinos de su admirado Professor Longhair hasta la herencia del blues, del jazz, del soul, del rhythm’n’blues, del Mardi Gras o de las bandas de metales.
Fue el pianista Jelly Roll Morton, uno de los pioneros del jazz, quien habló por primera vez del Spanish Tinge o matiz español que separaba el ragtime del jazz. Bien, Toussaint nos dio una lección magistral práctica de ese elemento consustancial de la música de Nueva Orleans cuando atacó a «Big Chief» y «Tipitinas» del citado maestro Professor Longhair. Tampoco se olvidó de algunos de sus grandes clásicos como «Get out of my life, woman» o «The Last Train» que sonaron tan frescos e inspirados como siempre.
Pero es que además hubo dos momentos durante el concierto en los que el bueno de Toussaint se puso a improvisar él solo sobre el piano. Rapsodias, valses o música clásica europea mezclados con ritmos de boogie woogie o caribeños, pasando de uno a otro con una naturalidad asombrosa, como si fueran los ingredientes de una receta criolla. Por separado, podrían resultar estridentes, pero todos juntos formaban un todo apetecible y estético. La esencia pura de Nueva Orleans. Dejó casi para al final uno de los instantes estelares de la noche, la marcha fúnebre «St James Infirmary», patética, oscura y desgarradora, con un original duelo entre guitarra y piano.
Para el cierre se explayó un poco más con la introducción. Alabó el entorno del teatro («He oído que vive un fantasma aquí«), se mostró generoso con el público y habló de amor. «Se ha quedado una noche estupenda para el amor«. Empezaron a sonar los primeros compases de «Southern Nights», uno de sus temas más emblemáticos. Y de repente todos nos transportamos a esas noches sureñas, un tanto idealizadas quizá, donde la brisa susurra canciones de amor, donde la preciada belleza de los cielos sureños inunda el alma y donde los misterios flotan en las historias contadas por los hombres viejos como Allen Toussaint.
Para ser músico, productor, arreglista o compositor, Toussaint se muestra como una estrella atípica, que se baja del escenario para saludar personalmente al público y agradecerles su cariño. Está lejos por ejemplo de las estridencias de su amigo y discípulo Dr. Jonh. «Siempre he disfrutado trabajando en la sombra», confesó modesto en una entrevista en El País en 2006. Por eso quizá costó más de lo previsto que saliera a hacer un bis. Pero después de cinco estruendosos minutos de aplausos se animó. Nadie quería despertar del hechizo.