Texto y selección: Manuel Recio
Skip James es uno de esos personajes del blues rural que pasó a la historia por canciones tan inquietantes como «Devil Got My Woman» cantada en un falsete imposible y con una afinación abierta. Enigmático, oscuro, lóbrego… el blues de Skip James proviene de una región oculta del alma que conecta con nuestros instintos más primarios. Esta semana nos adentramos en su leyenda.
Son tiempos difíciles pero lo serán mucho más. Así cantaba Skip James en su famoso «Hard Time Killing Floor», en plena crisis del 29. La sencillez de su música contrastaba con la complejidad y profundidad emocional de su letra.
Nehemiah Curtis James nació en 1902 en el condado remoto de Betonia, Mississippi. Hijo de un contrabandista y guitarrista, desde muy pronto el joven James empezó a trabajar en la plantación. Su apodo de Skip le viene porque saltaba de un lugar a otro, un culo inquieto. Se inició en la guitarra tocando en las fiestas de la plantación. Su madre le compró una guitarra y aprendió unas afinaciones abiertas que provenían de los soldados negros que lucharon en la I Guerra Mundial. También recibió clases de piano por parte de una de sus primas. Es uno de sus rasgos más distintivos, pocos de su generación se defendían igual de bien con la guitarra y el piano.
Una relación amorosa frustrada fue el origen de la sensacional «Devil Got My Woman». En 1931 la grabó en un estudio itinerante de la compañía Paramount en Wisconsin, convencido por el cazatalentos H.C Speir. En un principio Skip no tenía intención de grabar, ganaba más dinero destilando whisky de contrabando, pero Speir le pagó el billete de tren. En esa histórica sesión de Wisconsin grabó otro de sus clásicos «I’m glad» y el «Hard Time Killing Floor». Pero no obtuvo ningún éxito comercial: el público no quería que le recordaran sus penas.
Skip James se retiró durante años y nadie supo nada de él. Se dedicó a predicar y a seguir fabricando whisky de contrabando. En los 60, los músicos blancos fascinados por el blues le rescataron y en 1964 actuó en el Festival de Newport, solo 10 minutos. Cuando los asistentes escucharon «Devil Got My Woman» entraron en una especie de trance.
Poco después, en 1969, murió de un cáncer. No dejó un legado enorme, pero sus canciones nos explican de una forma rudimentaria el sentido último del blues: la redención.