Texto y selección: Manuel Recio
Si la semana pasada nos adentramos en la música del trompetista Fats Navarro, para esta semana proponemos a otro «Fats», tal vez el más famoso: Thomas Wright Waller, conocido popularmente como Fats Waller. Su piano saltarín, sus melodías pegadizas, su puro, su sombrero y su eterna sonrisa le convierten en uno de los personajes más reconocibles y entrañables de la historia del jazz.
Fats Waller nació en Harlem, Nueva York, en 1904. Como era habitual en los negros de la época, su primer contacto con la música llegó gracias a los espirituales. Su padre era pastor bautista y el pequeño Waller pronto aprendió a tocar el piano y el órgano en la iglesia. Pero en el Nueva York de los años 20 unos pianistas irreverentes (amantes de los puros y los sombreros) como Willie the Lion Smith empezaron a tocar una suerte de estilo pianístico heredero del blues y el ragtime donde lo más destacado era su ritmo saltarín y alegre. Se dio en llamar stride piano.
Waller hizo sus primeros pinitos como acompañante de orquestas y cantantes y grabó discos de solos de piano. Pero a finales de los años 20, ya con su nombre artístico, compuso sus grandes clásicos como «Ain’t Misbehavin» o «Handful of Keys». En los años 30 viajó frecuentemente a Europa y realizó grandes giras por Estados Unidos. Su popularidad creció como la espuma. En 1941 participó en la película «Stormy Weather». Pero la noche del 15 de diciembre de 1943, cuando regresaba en tren a Nueva York para pasar las Navidades se quedó dormido y amaneció muerto. El tren tenía estropeada la calefacción y murió de una pulmonía.
Dejó un inmenso legado y algunos de los estándares más populares de la historia del jazz. Apenas hay imágenes suyas en las que no se le vea sonriendo. Su música era la felicidad.