Texto y selección: Manuel Recio
Ornette Coleman fue un músico libre en el sentido más amplio de la palabra. Exploró los límites de la vanguardia y se convirtió en uno de los principales impulsores del movimiento free jazz a finales de los años 50, una de las corrientes más revitalizantes del jazz. Ayer 11 de junio, en un hospital de Nueva York, un paro cardíaco se lo llevó para siempre. Tenía 85 años.
Escribía el crítico Leroi Jones, pseudónimo de Amiri Baraka, en su Blues People: música negra en la América Blanca que las manifestaciones de Coleman eran «puramente extempóraneas» y que «no podían reproducirse en el pentagrama». Añade además que las consecuencias de la música de Coleman «son extremadamente profundas y terriblemente excitantes; para decirlo de algún modo, la música y el músico han quedado frente a frente, sin las rígidas y a menudo lúgubres barreras de los más gastados conceptos musicales de Occidente».
En efecto, se puede decir que Coleman liberó al jazz de las ataduras de acordes y melodías. Su fraseo, tan lánguido como vertiginoso, tan chillón como sutil, evolucionó de un bebop de influencia Charlie Parker a una expresión sin fronteras donde asonancias y disonancias se daban la mano, creando un sonido propio y reconocible. Las improvisaciones de Ornette Coleman podían tener como punto de partida una tonalidad concreta, estar en cualquier tonalidad o directamente carecer de ella.
Eric Dolphy, Cecil Taylor o el mísmisimo John Coltrane, con quien grabó un dueto, fueron testigos y a menudo compinches de sus innovaciones. El saxo de Coleman lloraba, gemía, gritaba y, sobre todo, chillaba de emoción. Su experimentación llegó hasta tal punto que inventó la doctrina «amorlodía» (melodía, armonía y la instrumentación del movimiento de formas) para definir su visión cuasi metafísica de la música. En cierto modo intentaba imitar la voz humana, hecho que le situaba directamente en la onda de los espontáneos hollers o aulladores del blues primitivo.
Coleman nació en Fort Worth, Texas, en 1930, en plena Gran Depresión. Antes de convertirse en músico trabajó como cocinero, obrero y mecánico y mil ocupaciones más. Entró en la banda de la iglesia donde fue ridiculizado por su falta de instrucción (no sabía distinguir las notas de la escala). Fue expulsado de una banda de pasacalles por dar toques swing a una marcha militar. En Los Ángeles conoció al trompetista Don Cherry, figura vital en su carrera, quien dijo de él ante su primer encuentro: «tenía barba y pelo largo, hacía más de treinta grados y llevaba puesto el abrigo, sentí miedo de él».
De su primera grabación, el ya mítico Someting Else!!!! The Music of Ornette Coleman (Contemporary, 1958), la revista Downbeat se permitió calificarla como «muy muy vanguardista». El disco más influyente, por su parte, fue The Shape of Jazz To Come (Atlantic, 1959). Sin embargo, el público no siempre entendió sus avances. Cuando editó el rupturista «Free Jazz» (Atlantic, 1961) fue recibido con abucheos en cierto sector del público neoyorquino que lo tildaron como caótico, ruidoso o emisor de sonido cacofónicos y discordantes. Dirigió un proyecto con la Orquesta Sinfónica de Londres, hizo múltiples colaboraciones con músicos de jazz y ajenos al jazz. Aunque cada vez más deteriorado se mantuvo en activo hasta casi el final de sus días.
Como ampliación a Lo mejor de Ornette Coleman que publicamos hace unos meses, este homenaje al maestro Coleman hace un repaso por algunos de los momentos más destacados de su extensa y, en ocasiones polémica, discografía. Descanse en paz, inspirador de la «belleza como cosa extraña».